domingo, 19 de octubre de 2008

¿Sueño o chifladura?

Antes de nada, me presento
Esto es un diario, y no tiene mucho sentido empezar un diario sin hablar un poco de mí. Me llamo Diana, en honor a la antigua diosa, ocurrencia de mis padres. Soy una persona algo rarita, y eso es gracias también a mis padres. Ellos ya eran frikis antes de que se inventara la palabra, y me he criado entre historias de fantasía y ciencia ficción. Tengo suerte de que decidieran llamarme Diana en vez de por Arwen o algo así.

Quizás debido a mi crianza entre esas historias, mi mente tiende tanto a lo racional: soy escéptica y atea, y no creo en nada que no encaje con lo que la ciencia dice. No obstante, cuando estoy sola o me aburro, tiendo también a empanarme y mi mente se pierde en su propio mundo fantástico. Es una maravillosa forma de evasión de la realidad (y por eso viene lo de rarita).

Mi carácter es algo brusco, soy muy seria y digo la verdad cuando es menos conveniente, por lo que tengo pocos amigos (aunque muy buenos). Si quiero algo, lo consigo aunque tenga que hacer mil maravillas para ello, pero eso me trae bastantes problemas.

¿Qué más contar? Me gusta mucho leer, escribir, tocar instrumentos y ver películas. No hay mucho más que decir, que yo sepa. Según avance este diario, supongo que se añadirán más detalles.

Empiezo este diario por un motivo: me voy de vacaciones, como premio por mis buenas notas. Mis padres se han encargado de todo, incluso me han buscado un grupo, y corren con todos los gastos. Ellos, por su parte, aprovechan para hacer una escapada romántica.

Mañana por la mañana, empezará lo que espero que sea el mejor verano de mi vida.

Día 1: el viaje cansado, pero aquí estoy y la compañía no podía ser mejor

Son las 10 de la noche y estoy agotada. Empiezo por el principio:

En el aeropuerto llegué pronto y me encontré con la organizadora en el sitio acordado antes que nadie. Luego comenzaron a llegar el resto del grupo. Aunque soy algo tímida, entablé conversación con ellos, eran muy majos, pero no se me ha quedado ninguno de sus nombres (soy buena memorizando de todo menos nombres). Cuando ya estábamos todos menos dos personas, nos empezamos a impacientar, pero se nos comunicó que habría un retraso. Por fin llegaron los chicos que faltaban ¡Y vaya chicos! No quiero dar la impresión de ser una de esas salidas que se dedican a mirar a los chicos como si quisieran comérselos, pero es que estos dos son los tíos más sexys que he conocido, y era bastante difícil evitar que se me cayera la baba. De hecho, puedo afirmar con rotundidad que fui la única chica con bastante autocontrol como para no abalanzarme hacia ellos. Literalmente, es lo que hicieron todas, incluida la organizadora. Como el resto de las mujeres estaban ocupadas, los chicos decidieron que yo era un blanco perfecto para el coqueteo, especialmente un snob idiotizado llamado Carlos, que se acercó más de lo necesario y no le lancé un sopapo porque tuvo la suerte de que llegó la hora de embarcar.

Ya en el avión, fui la mujer más afortunada, porque me senté al lado de uno de los bombones, Alexander, que es increíblemente maravilloso, divertido y considerado. Creo que me he enamorado (es broma, pero si sigue así no tardaré mucho). Su amigo, Robert, es como su opuesto. No le he visto sonreír en ningún momento y se mantiene a parte en todas las conversaciones. Es menos sociable que yo, que ya es decir. Yo al menos lo intento. En fin, creo que empiezo a divagar, así que sigo. Han sido las mejores horas de vuelo de mi vida, pero no me gustaba nada cómo la maldita azafata rondaba por las cercanías de mi acompañante. Aunque lo entiendo, ¡ya lo creo que lo entiendo! A unos chicos como estos dan ganas de rondar cerca de ellos. Tienen un magnetismo que raya lo sobrenatural.

Cuando llegamos, a media tarde, yo estaba hecha un desastre, aunque hice lo posible por evitarlo durante el vuelo y en el viaje en bus. Demasiadas horas. En fin, el caso es que nos dieron el resto de la tarde libre para explorar el pueblo al que habíamos llegado y para conocernos mejor. Así que el grupo al completo fuimos a tomar algo. Ahora que lo pienso en frío, creo que di una imagen de glotonería imperdonable, pero la comida del avión era un asco. Alexander me libró de tener que soportar el parloteo del pesado de Carlos y me sentí en la gloria (¿Cómo no?) aunque el hecho de tener al resto de chicas revoloteando alrededor no ayudó mucho.

La cena fue exquisita y las habitaciones son individuales ¿Qué más se puede pedir? Estoy tan excitada que no podré dormir.

¿Día 2? Manicomio, allá voy

Tantas cosas han pasado que no sé ni cómo empezar. Bueno, sé como empezar: desde el principio, lo que creo es que aun no estoy preparada para asumir los acontecimientos. Aunque tarde o temprano lo tendré que hacer, y mejor temprano que tarde.

Ayer (si es que fue ayer), como no podía dormir, me salí a dar una vuelta. Como por arte de magia, me encontré con Alexander y Robert, o más bien me tropecé con ellos. No me lo esperaba, pero ellos me miraron como diciendo “esta tía nos ha seguido”. Cuando me disculpé avergonzada y me dispuse a seguir mi camino, Alexander me dijo que les acompañara, aunque Robert le lanzó una mirada asesina. Qué hombre más seco, de verdad lo digo, aunque lo cierto es que me cae bien, supongo que porque es guapo. Las hormonas es lo que tienen. Bueno, el caso es que todo iba bien, hasta que apareció el pesado de Carlos, y no tuvimos más remedio que soportar su compañía (por sus caras, creo que ninguno de ellos soporta a Carlos). Él me pidió que habláramos a solas, y yo acepté, pero sólo para cantarle las cuarenta y pedirle (no, exigirle) que pasara de mi. ¡No va el tío y me dice que esos dos eran peligrosos! Me indigné, claro, pero quizás debí haberle hecho caso después de todo. Le arreé el sopapo que me había guardado esa mañana y me fui con los otros. Todo sucedió muy rápido. Carlos vino hacia nosotros y apareció otro hombre (que no era del grupo) de repente, y empezó a hablar en un idioma extraño, como el élfico de Tolkien. Y empecé a sentir el cuerpo más ligero.

Cuando me desperté, estaba en algún lugar boscoso que no había visto antes y no estaba cerca del pueblo. Alexander y Robert estaban pálidos, mirándome raro, y Carlos estaba dormido cerca de allí. Les pregunté dónde estábamos y me dijeron que esperara a que el petardo ese se despertara. Por suerte no tardó mucho.

Luego van y nos cuentan una historia de película: estamos en un mundo distinto, paralelo a la Tierra, llamado Esmtezlia (creo que se escribe así), al que nos ha enviado mediante magia el tipo que hablaba como en élfico. Nosotros dos no deberíamos estar aquí, pero entramos en el radio del hechizo cuando ya se estaba ejecutando. No podemos volver, porque su poder es muy limitado. Y el tipo se ha asegurado de que Alexander y Robert, que son dos vampiros, no puedan regresar fácilmente. Creo que lo he contado todo con la mayor objetividad. No hace falta decir que me reí de ellos y les llamé locos. Carlos, también, pero de una forma más grosera. Pero sus caras lo decían todo y les pedí que lo demostraran. Pobrecitos, se han vuelto locos y a lo mejor recuperan la cordura si no pueden demostrar la historia, pensé, pero no les costó nada demostrar su historia. Se limitaron a señalar al cielo. Era de día, pero no era un cielo azul y despejado como debería ser. No porque tuviera nubes, no, sino porque el maldito cielo estaba en gran parte ocupado por una enorme masa que parecía otro planeta. La Tierra, me dijeron. Y yo les pregunté cómo era posible que desde la Tierra no se viera nada de esto. Y ellos van y me responden que porque este planeta está protegido de la vista mágicamente. Estupendo.

Una vez leí que cuando a uno le comunican una mala noticia pasa por muchas fases distintas. Yo creo que ya he pasado por todas. Carlos lo hizo antes y dijo que, si lo que habían dicho era cierto, no quería estar cerca de ellos cuando tuvieran ganas de cenar (aunque, según Alexander afirmó, no nos iban a hacer daño) y empezó a tirar de mí. Por desgracia para él, en ese momento me sentía iracunda y le arreé otro sopapo. Se fue y no ha vuelto. Ahora que lo pienso, si esto es cierto y estamos en un mundo extraño, no deberíamos haberle dejado marchar. Podría haberle pasado algo.

¿Por qué estoy tan tranquila? Bien, porque tras pasar todo el día por todas las fases posibles y haber llenado mi estómago con un pez amablemente pescado por Alexander y Robert, los vampiros, que misteriosamente sabía a cerdo, he llegado a una conclusión:

1.- Estoy soñando, y debo disfrutar de la historia hasta que me despierte. No es plan convertirlo todo en una pesadilla.

2.- Estoy inmersa en una de mis idas de olla, pero esta vez es tan real que me he vuelto loca de remate. En algún momento despertaré en el manicomio.

En cualquier caso, si me pongo histérica será peor. Así que será mejor esperar con tranquilidad y pasármelo lo mejor posible a que mi mente vuelva a la normalidad. Gracia, papá y mamá por criarme entre fantasías. Eso lo hará todo más fácil.