sábado, 14 de agosto de 2010

la druida del éter

Día 153: el éter

Tras tres días corrigiendo malos hábitos y volviendo cansadísima al campamento, donde Robert pasaba todo el rato solo y aburrido con mis aparatos electrónicos (Careas y Alex cumplieron su promesa y se marcharon al amanecer del segundo día), apareció antes de tiempo la druida-éter (es una mujer) y venía con sorpresa. Daluen la acompañaba porque (¡sorpresa!) es su pareja. Ninguno de los dos se sorprendió demasiado de mis habilidades, que Daluen, con buen tino, había puesto a prueba. De hecho, ha llegado antes porque se fue a informar a su amada de su descubrimiento y ella decidió conocerme en persona.

Las runas de éter con muchas menos de las que esperaba (apenas diez, contando las maestras) pero son increíblemente difíciles de controlar y muy poderosas. Sólo haciendo la más simple me he tirado para aprender a hacerla todo este tiempo, y cuando al fin lo logré se desprendió tal cantidad de energía que podría haber matado a una persona sólo con pasar cerca (por suerte, Seina, que es la chica-éter, estaba preparada para esto). El problema es que hasta que logre controlar esto pasará mucho tiempo y yo de tiempo no dispongo. Bueno, sí dispongo de tiempo, pero llevo aquí ya cinco meses y quiero volver a mi planeta. No es mucho pedir.

Mientras Seina y yo pasamos por una agotadora sesión de prácticas con runas, Robert y Daluen pasan tiempo juntos y hasta se han hecho amigos a pesar de las reticencias de ambos. No obstante, no tan amigos como para decirles cuál es el verdadero propósito del viaje (volver a casa no sólo yo, sino también Robert). Aunque supongo que, tarde o temprano lo acabarán sabiendo. Cuando Daluen me pregunta por qué no voy a la ciudad base de los fríos para conseguir lo que quiero, que me pilla más cerca, yo me limito a decir que no es por ofender, pero que de los fríos no me fío un pelo. Él no es tonto, sospecha la verdad y no se molesta en ocultar que sabe que sé sus sospechas. Aunque, por otro lado, se ha dado cuenta de que no todos los vampiros de la Tierra son malos o intentan perjudicar a éste mundo. De hecho, muchos como Robert no sólo se ocultan y mantienen ocultos a sus compañeros de raza, sino que ni siquiera matan a nadie. Espero que eso sirva para algo cuando sus sospechas se confirmen.

El resto de druidas se mantienen al margen y cuando hablan conmigo lo hacen con el máximo respeto, al igual que con Seina. No me siento parte de ellos, tal y como me imaginaba, pero Seina dice que ella siente lo mismo que yo y que por eso busca otras compañías no druidas. A pesar de todo, no alcanza a comprender cómo es que viajo con un vampiro. Creo que la aversión que tienen los druidas (incluida Seina) por los vampiros es más fruto de los prejuicios que de su naturaleza. Yo soy druida y no siento aversión alguna por Robert (de hecho, me siento atraída por él, cosa que a Seina le horrorizó) y la única diferencia entre ellos y yo es la educación que hemos recibido. Seina está de acuerdo conmigo y, según conoce a Robert, su actitud va cambiando favorablemente.

sábado, 31 de julio de 2010

El bosque de los druidas

Día 144: druidas

Al fin llegamos al bosque preferido por los druidas. Es un bosque bastante pequeño (debe rondar las 3 hectáreas), aunque se nota que es antiguo y que está bien cuidado.

Hubo problemas porque no querían dejar pasar a ninguno de mis compañeros y al final, a pesar de nuestras protestas, se decidió que ni siquiera Careas podría pasar, por ser una maga cálida. Estaba a punto de negarme a entrar yo también cuando Robert dijo que ni se me ocurriera, que no quería que yo acabara matándonos a todos con una runa descontrolada. Sé que exagera (¿o quizás no?) pero finalmente me decidí a entrar, no sin antes decir a los custodios del bosque que no pensaba quedarme a dormir allí. Me miraron de forma extraña y me condujeron al corazón del bosque, donde un grupo de tipos que parecían sacados de los cómics de Asterix y Obelix (y que no se parecían precisamente al druida) me recibió fríamente, diciendo que, por más que yo dijera ser druida no creían que yo lo fuera en realidad, dadas las compañías con las que viajaba. Eso me cabreó bastante, así que cuando me dijeron que hiciera una runa de mi bloque de elementos hice una runa de fuego y mi enfado hizo el resto. Por suerte, había runas protectoras por todas partes, pero la cara de pasmo que pusieron fue tan cómica que se me pasó el cabreo e hice una runa de viento para deshacer los pocos destrozos que había ocasionado. El pasmo se intensificó y me pidieron que me fuera de la sala (si es que a un claro del bosque se le puede llamar sala) para deliberar.

Al rato me volvieron a llamar y me dijeron que yo era un caso poco común, ya que mi bloque de elementos es el éter y éste engloba a todos los demás según el estado de ánimo. A continuación soltó un discurso que parecía sacado de las teorías presocráticas y me dijo que debía esperar hasta que llegara la otra única persona cuyo bloque de elementos era el éter. Tardaría una semana y mientras tanto ellos me enseñarían lo que pudieran e intentarían quitarme los malos hábitos que me haya inculcado Careas.

Cuando me fui a dormir al campamento, antes de poder explicarlo todo, Careas y Alex me comunicaron que se marcharían al día siguiente. No les conté nada y esperé a estar a solas con Robert para contarle lo que había pasado. Robert frunció el ceño y me dijo que debíamos esperar al druida-éter y que era importante que yo aprendiera lo que quiera que me enseñara. El elemento éter (que debe ser la magia) es algo que han debido mantener en secreto los druidas (ya que Careas no me habló de él, y Robert no sabía nada), y por tanto debe ser peligroso. Supongo que, si es la magia, eso explica por qué no se ha manifestado en la Tierra. Allí no hay ni pizca.